TODOS HEMOS ESTADO UN POCO ROTOS

¿Quién no ha sentido como se rompe el corazón después de perder a alguien a quien amamos? ¿Lo que más hiere? ¿La pérdida de un ser querido o un hueso roto? ¿Abandono de pareja o una quemadura en la piel?
Independientemente de cómo estas preguntas puedan parecer contradictorias, parece haber una respuesta clara. El dolor emocional duele más que el físico.
A veces el dolor se aloja en la garganta por las palabras no dichas, en la espalda por el peso de lo que has cargado, en el pecho por la tristeza acumulada, en el estómago por rabia reprimida o en la espalda por la falta de apoyo emocional.
El cuerpo grita lo que la mente calla.
Herimos personas y las personas nos hieren, nos hemos sentido excluidos, nos ha dado envidia, hemos creído que no somos suficiente. Hemos dejado de lado los sueños y nos hemos arrepentido de cosas que hicimos o no hicimos en algún momento. Estamos diseñados para sentir los vacíos, para llenar con falso relleno lo que nos falta, hemos sentido que no merecemos lo que tenemos. Deseamos que nuestros padres hubieran hecho más por nosotros, los culpamos por nuestras decisiones y actuar. Deseamos hacer más por nuestros hijos que lo que nuestros padres hicieron por nosotros. Traicionamos y nos traicionan. Mentimos y nos mienten. Decimos adiós a personas, lugares, animales, que no queremos dejar de tener a nuestro lado, nos hemos enamorado y hemos roto corazones, Amamos nuestros hijos, vivimos por ellos, pero quisiéramos también vivir sin ellos. Estamos en guerra con nuestros cuerpos, nuestras almas , nuestra mente, estamos en guerra con los otros. Deseamos haber podido decir todas las cosas que no dijimos, ellos siguen aquí, pero aun así no las decimos. No entendemos por qué herimos a quienes amamos. Queremos ser perdonados pero no perdonamos.
No entendemos a Dios, pero creemos , no creemos, queremos pertenecer, queremos ser amados.